Como yo soy muy legal, voy a
partir de lo que dicen nuestras autoridades educativas sobre la competencia
digital. En la que creo que es hasta la fecha nuestra última legislación al respecto se puede leer:
«La
competencia digital es aquella que implica el uso creativo, crítico y seguro de
las tecnologías de la información y la comunicación para alcanzar los objetivos
relacionados con el trabajo, la empleabilidad, el aprendizaje, el uso del
tiempo libre, la inclusión y participación en la sociedad.»
La verdad,
no sé cómo me quedo después de leer esto. Resulta que todos estos esfuerzos
pedagógicos que hago en el aula (sobre todo en la clase de Valores Éticos)
sirven sobre todo para alcanzar objetivos relacionados con seis ámbitos, y los
dos primeros son “trabajo” y “empleabilidad”. No seré yo quien ponga en duda la
importancia de “el trabajo” para el
futuro adulto (dentro de quince años o así) demandante de empleo que será mi
actual alumno de 3º de la ESO; alguien como yo, que obtiene una gran parte de
su desarrollo personal a través del trabajo (y que lleva años confiando en que
no le va a faltar el sueldo a fin de mes), tiene que entender que es
fundamental que sus alumnos puedan alcanzar ese objetivo si es lo que desean.
Está claro. Pero, ¿debe ser este el primer objetivo? Y, sobre todo, ¿¡empleabilidad!? ¿¡En serio!?
Miro en el
diccionario de la Real Academia lo que significa la palabrita y me ofrece una
definición tautológica. A mí lo de “empleable” me suena a “utilizable
para el sistema productivo”. Y claro, como soy de filosofía, pues me sale
la vena kantiana con eso del imperativo categórico que dice lo de que «el ser humano (…) no puede valorarse solo como medio para
fines ajenos, incluso para sus propios fines, sino como fin en sí mismo». Repito, soy de filosofía,
así que es evidente que soy una persona poco práctica y desvinculada de la
realidad real, pero me queda una
pregunta: si mis clases hacen que los alumnos sean más críticos con el sistema
económico, ¿les hago menos empleables?, y sobre todo, ¿estoy haciendo que
disminuya su competencia digital?
Bueno,
seguimos y nos encontramos, en tercer lugar, con los objetivos relativos al “aprendizaje”. Nada que añadir, porque es
evidente que el sistema educativo tiene que ocuparse básicamente del
“aprendizaje”; es lo que lleva haciendo siglos. Comentar esto en más
profundidad daría para otra entrada, así que lo dejo aquí.
En
cuarto lugar, tenemos los objetivos relacionado con “el uso del tiempo libre”. Menos mal que les damos un respiro a los
chicos, no todo va a ser trabajar y estudiar (perdón, que dice “aprender”).
Al
final, cuando ya estaba a punto de abandonar mis intentos de desarrollar la
competencia digital de los alumnos (y casi de dejar la enseñanza del todo) leo
que también hay objetivos relativos a “la inclusión y a la participación en la
sociedad”. Entiendo que primero hay que buscar que los alumnos “estén
incluidos” (¿qué no sean bichos raros?, ¿qué no caigan en la marginalidad?) y
luego, ya si eso, que “participen”. Vamos, que sean ciudadanos. Y menos mal que
nos encontramos esto, aunque sea al final, porque en realidad a mí la
“competencia digital” me importa un rábano, a mí (que soy de filosofía) lo que
me importa es la “ciudadanía digital”, es más, lo que me importa es la simple
ciudadanía. Pero es que nuestros alumnos, si no son ciudadanos digitales, sencillamente
no podrán ser ciudadanos.
Por cierto,
el mismo Kant del que hablaba antes decía que la autonomía (y la Ilustración)
consistía en «la salida del hombre de su culpable
minoría de edad. (…) ¡Atrévete a saber!». El viejo Immanuel, que nunca salió de
Königsberg pero estaba al tanto de todo lo que sucedía en Europa a través de
cartas y publicaciones, la hubiera gozado con internet.
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